domingo, 16 de octubre de 2011

¿Y mi oso?


A estas alturas, las cosas cambian. 
El día de hoy fui transportado a un lugar más grande, más alto y polvoriento. Casi inhabitable. Casi alejado de todo lo que puedes tocar. Casi perfecto para mis ratos de angustia. Para mis ratos de intolerancia a la realidad. 
Ya ni sé si me molesta o no verlo todo desde lejos, escuchar muy bajito las canciones de la radio y observar cómo es que la gente vive, ríe y discute. 
Fui inducido por fuerzas desconocidas al abismo de un pensamiento humano. Ahora siento no sé qué cosas por dentro. Y la culpa no es de nadie sino mía que me dejo. Que no quiero evitarlo. Me basta con presionar un botón y olvidarlo todo. Pero no quiero. 
Las paredes están atrapadas en colores rosas. Veo nuevos habitantes. Consigo distinguirlo todo desde aquí. Con cuidado y a escondidas para que no me vean. 
He sido un juguete olvidado en lo alto de un librero azul. Pero soy ahora el objeto inanimado que se acerca un poco más al cielo ("al techo" como le llaman ellos). Siempre soñé con tocar una de esas estrellitas pegadas en el techo. Sí, de esas fluorescentes que brillan en la oscuridad. Siempre soñé con ver por la ventana. Ir más allá del escritorio y mover las persianas. Acercarme a la lámpara que cuelga del cielo, quizá sea la Luna, quizá   existan más seres que ignoran los humanos. Quizá yo pueda trepar de algún modo ahora que estoy en lo alto de un librero. Y si caigo. Que alguien recuerde que he muerto. Que siempre estuve vivo desde que me compraron. Que siempre supe que por alguna razón me crearon, que sospeché las respuestas a todas mis preguntas  y amé como todo un oso puede amar  a las personas. Que alguien recuerde que he soñado con tocar los stickers del único cielo que conozco y eso es lo que haré en cuanto termine de escribir esto.

El oso cayó al suelo después de haber logrado sentir (si es que sentía) la magia de una estrellita fluorescente pegada en el techo. Fueron tan sólo unos instantes lo que lo hicieron feliz, apenas se aventaba del librero cuando su manita rozó el cielo. Voló, cayó y cayó. Olvidó todo. Olvidó que quería que lo recordaran. Olvidó la nota en lo alto del librero, escrito con garabatos que un humano ignora pero sólo un peluche como él puede leer. Mamá entró a la recámara a dejar la ropa limpia que acababa de lavar y que el sol, de un aparente cielo verdadero, secó muy aprisa. Sin darse cuenta empujó al oso bajo la cama. 
Mariel entró a la recámara horas después y no se dió cuenta de nada. 
Minutos antes de caer en un sueño profundo, giró su cuerpo a la derecha. Su mano izquierda, como ya era costumbre por las noches, quería no sólo acomodar la almohada sino buscar al peluche para abrazarlo. 
Fueron instantes los que transcurrieron. Ella abrió rápidamente los ojos. Se dió cuenta.  
Alzó las cobijas, se engrandecieron sus ojos... 


 -¿Y mi oso?- preguntó.

Jajajaj  FIN!!!! =D


(Este es cuento en reparación)



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